martes, 10 de junio de 2014

Cruzando el Tajo en barca

Publicado en la revista Crónicas, nº22 abril 2012

En el invierno del año 1718 las fuertes lluvias provocaron una crecida del Tajo que dañó seriamente el puente llamado “de Montalbán” no permitiendo  transitar por él.

Meses más tarde con la llegada del buen tiempo,  se realizaron distintos plenos en el ayuntamiento de La Puebla con el fin de instalar una barca que permitiera el tránsito entre ambas orillas y elegir el lugar más idóneo para dicha instalación.

Es de suponer que los daños del puente debieron ser importantes, pues de otro modo, no se hubiera optado por esta posibilidad, que ya se utilizaba en otros pasos para cruzar el Tajo.

Alonso Vázquez, escribano público de La Puebla, redactó todos los plenos, que comenzaron el día 3 de junio de 1719 con el testimonio de un vecino de la Puebla (Pedro Martín) informando cómo nuevamente una crecida del Tajo, había dejado inservible la zona conocida como “vega del embarcadero”, que él mismo había propuesto el día 26 del mes anterior como lugar más oportuno para situar la barca.

El día siguiente, volvió a comparecer el mencionado Pedro Martín y otros 3 vecinos del municipio, en presencia del alcalde Francisco Rodriguez y Rojas y los regidores Alonso Téllez Pacheco, A. Sánchez Rosado y Diego Carrasco Maldonado, indicando que habían visto y reconocido el Tajo en la extensión que ocupa media legua (unos 2 km) desde la desembocadura del arroyo de las cuevas (que nace en el término de Menasalbas) rio abajo, sin haber encontrado lugar más propicio que el paraje conocido como “La Incurnia”, situado frente al bosque pero no siendo necesario realizar cortes para adecuar el paso a través de él.
Contrariamente a lo indicado por estos vecinos,  Francisco Téllez y Rojas, administrador de los bienes y rentas del estado de Montalbán por nombramiento del Duque de San Pedro, poseedor de esas tierras, indicó que el paso que se pretendía trazar estaba demasiado apartado del puente y los molinos harineros, una de las fuentes de ingresos principales del duque y exigiría hacer otra cañada para el paso de los ganados, lo que perjudicaría al bosque.

El lugar más apropiado bajo el punto de vista del administrador, sería la zona conocida como “el embarcadero”, por haber cumplido con ese propósito en otros tiempos  y encontrarse próxima al puente.  Además de defender estos argumentos amenazó con que en caso de no situarse la barca en el lugar referido, todos los daños y perjuicios que pudieran producirse correrían por cuenta y riesgo de los regidores.

El 5 de junio los regidores, con la finalidad de determinar con conocimiento el sitio a ubicar la barca y tratar de evitar perjuicio alguno, tanto para las rentas del estado de Montalbán como para los vecinos de la villa, determinaron que 4 personas de las más inteligentes de la villa y en presencia de alguno de dichos regidores, reconociesen el terreno. 

La expedición llegó a la conclusión de que el lugar idóneo era el mencionado paraje de “La Incurnia”, por ser el lugar más seguro en cualquier época del año y refutaron lo expuesto el día anterior por el administrador, explicando que la distancia que había desde dicho lugar hasta los molinos y el embarcadero, (lugar preferido por el administrador) era muy corta, en cambio sería grande la distancia que tendrían que recorrer  vecinos y ganados para cruzar el río en relación al nuevo trazado propuesto. Al mismo tiempo indicaron que no tendría por qué haber daños en el bosque como denuncio el administrador.

Continuaron los vecinos la declaración exponiendo que la barca debía ser de maroma y no de remo, pues los experimentados ganaderos de la cañada real no se fiaban de este último tipo, como demostraba el hecho de que se negaran a utilizar la de remo situada en Carpio.  Y en respuesta a las amenazas del administrador señalaron que los daños sufridos en el puente fueron causados en parte por  un portillo de dimensiones considerables que el rio produjo en la presa de los molinos, propiedad del duque y por lo tanto solicitaron al administrador que por  cuenta y riesgo del estado de Montalbán y sus rentas, arreglara dicha presa, corriendo con los daños y perjuicios que pudieran ser ocasionados a los vecinos durante el proceso de restauración.

Tres días después, el 8 de junio, se dispusieron los regidores a zanjar el asunto debatiendo nuevamente sobre la idoneidad de la ubicación de la barca a la luz de todos los testimonios expuestos en los días anteriores y teniendo muy en cuenta que por no estar  el asunto resuelto, los vecinos que estaban cosechando al otro lado del río no podrían llevar el grano a la Puebla ni volver a sembrar, perdiendo el estado de Montalbán las tercias correspondientes, además de sufrir la población el paso de los ganados lanares que atravesarían la villa buscando otro paso al no estar operativa la barca.

Por estos motivos y porque no hubo ningún otro vecino que indicara un lugar más conveniente que el referido de “La Incurnia” acordaron los regidores que sin dilación y a la mayor brevedad posible se ejecutaran las obras tal y como se había indicado en la vista anterior.

Este pronunciamiento tendría que haber servido de punto y final, pero no fue así; el administrador, descontento con la decisión adoptada, se dedicó en los días siguientes a criticar públicamente en la plaza de la villa la resolución. Si no fuera una persona de peso, hubiera acabado de otro modo, pero siendo el administrador del duque, consintieron los regidores tener un nuevo pleno que se celebraría el día 10.

En dicho pleno, se volvieron a exponer los mismos argumentos por parte de unos y otros, por lo que los regidores tomaron la determinación de llamar a Ignacio Sánchez, vecino de Guadamur y barquero de la barca de maroma existente en la zona conocida como Portusa (Polán), perteneciente por aquel entonces a la ciudad de Toledo, para que recorriera el territorio junto a alguno de los regidores y diera su opinión profesional sobre el lugar más seguro para situar la barca.

El 11 de junio, Ignacio Sánchez, el barquero de Portusa, compareció en el ayuntamiento de la Puebla tras haber reconocido las riberas del Tajo desde el frente de la ermita de la Vega, hasta la zona de “La Incurnia”, llegando a la conclusión de que el lugar más acertado para fijar la barca, bajo su opinión profesional, era encima de la presa de los molinos harineros, en la misma margen y por encima de unas peñas que están entre la ribera y una islilla.

En su exposición apuntó que en la zona indicada las aguas iban bastante recogidas y mansas, al mismo tiempo que la profundidad del río era menor y no existirían inconvenientes a la hora de colocar el torno y la calamorra donde se fijaría la maroma. En cambio, el lugar conocido como la vega del embarcadero no era adecuado al ir las aguas muy fuertes, lo que durante las crecidas podría provocar alguna desgracia y comprometer la vida de la maroma. Además las riberas eran muy bajas por lo que por seguridad, la maroma tendría que situarse más lejos de la orilla con el fin de esquivar las crecidas. En cuanto al tantas veces mencionado lugar de “La Incurnia” (La Alcurnia en la actualidad) tuvo el visto bueno del barquero, aunque señalando que tendría el inconveniente a la hora de situar la maroma, de ser la ribera muy baja y por lo tanto ser inundable en invierno.

Con la declaración de Ignacio Sánchez termina el documento, sin dejar claro cuál fue la situación definitiva de la dichosa barca. En cualquier caso, su función debió ser efímera, puesto que tan sólo 33 años más tarde, en el catastro de Ensenada, en el apartado relativo a embarcaciones, se indica “no hay cosa alguna a lo que se refiere la pregunta”.


Documento original: FRIAS,C.818,D.8 (Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional)


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