En el invierno del año 1718 las fuertes lluvias provocaron una
crecida del Tajo que dañó seriamente el puente llamado “de Montalbán” no
permitiendo transitar por él.
Meses más tarde con la llegada del buen tiempo, se realizaron distintos plenos en el
ayuntamiento de La Puebla con el fin de instalar una barca que permitiera el
tránsito entre ambas orillas y elegir el lugar más idóneo para dicha
instalación.
Es de suponer que los daños del puente debieron ser importantes,
pues de otro modo, no se hubiera optado por esta posibilidad, que ya se
utilizaba en otros pasos para cruzar el Tajo.
Alonso Vázquez, escribano público de La Puebla, redactó todos los
plenos, que comenzaron el día 3 de junio de 1719 con el testimonio de un vecino
de la Puebla (Pedro Martín) informando cómo nuevamente una crecida del Tajo,
había dejado inservible la zona conocida como “vega del embarcadero”, que él
mismo había propuesto el día 26 del mes anterior como lugar más oportuno para
situar la barca.
El día siguiente, volvió a comparecer el mencionado Pedro Martín y
otros 3 vecinos del municipio, en presencia del alcalde Francisco Rodriguez y
Rojas y los regidores Alonso Téllez Pacheco, A. Sánchez Rosado y Diego Carrasco
Maldonado, indicando que habían visto y reconocido el Tajo en la extensión que
ocupa media legua (unos 2 km) desde la desembocadura del arroyo de las cuevas
(que nace en el término de Menasalbas) rio abajo, sin haber encontrado lugar
más propicio que el paraje conocido como “La Incurnia”, situado frente al
bosque pero no siendo necesario realizar cortes para adecuar el paso a través
de él.
Contrariamente a lo indicado por estos vecinos, Francisco Téllez y Rojas, administrador de los
bienes y rentas del estado de Montalbán por nombramiento del Duque de San Pedro,
poseedor de esas tierras, indicó que el paso que se pretendía trazar estaba
demasiado apartado del puente y los molinos harineros, una de las fuentes de
ingresos principales del duque y exigiría hacer otra cañada para el paso de los
ganados, lo que perjudicaría al bosque.
El lugar más apropiado bajo el punto de vista del administrador, sería
la zona conocida como “el embarcadero”, por haber cumplido con ese propósito en
otros tiempos y encontrarse próxima al
puente. Además de defender estos
argumentos amenazó con que en caso de no situarse la barca en el lugar
referido, todos los daños y perjuicios que pudieran producirse correrían por
cuenta y riesgo de los regidores.
El 5 de junio los regidores, con la finalidad de determinar con
conocimiento el sitio a ubicar la barca y tratar de evitar perjuicio alguno,
tanto para las rentas del estado de Montalbán como para los vecinos de la
villa, determinaron que 4 personas de las más inteligentes de la villa y en
presencia de alguno de dichos regidores, reconociesen el terreno.
La expedición llegó a la conclusión de que el lugar idóneo era el
mencionado paraje de “La Incurnia”, por ser el lugar más seguro en cualquier
época del año y refutaron lo expuesto el día anterior por el administrador, explicando
que la distancia que había desde dicho lugar hasta los molinos y el
embarcadero, (lugar preferido por el administrador) era muy corta, en cambio
sería grande la distancia que tendrían que recorrer vecinos y ganados para cruzar el río en
relación al nuevo trazado propuesto. Al mismo tiempo indicaron que no tendría por
qué haber daños en el bosque como denuncio el administrador.
Continuaron los vecinos la declaración exponiendo que la barca debía
ser de maroma y no de remo, pues los experimentados ganaderos de la cañada real
no se fiaban de este último tipo, como demostraba el hecho de que se negaran a
utilizar la de remo situada en Carpio. Y
en respuesta a las amenazas del administrador señalaron que los daños sufridos
en el puente fueron causados en parte por
un portillo de dimensiones considerables que el rio produjo en la presa
de los molinos, propiedad del duque y por lo tanto solicitaron al administrador
que por cuenta y riesgo del estado de
Montalbán y sus rentas, arreglara dicha presa, corriendo con los daños y
perjuicios que pudieran ser ocasionados a los vecinos durante el proceso de
restauración.
Tres días después, el 8 de junio, se dispusieron los regidores a
zanjar el asunto debatiendo nuevamente sobre la idoneidad de la ubicación de la
barca a la luz de todos los testimonios expuestos en los días anteriores y teniendo
muy en cuenta que por no estar el asunto
resuelto, los vecinos que estaban cosechando al otro lado del río no podrían llevar
el grano a la Puebla ni volver a sembrar, perdiendo el estado de Montalbán las
tercias correspondientes, además de sufrir la población el paso de los ganados
lanares que atravesarían la villa buscando otro paso al no estar operativa la
barca.
Por estos motivos y porque no hubo ningún otro vecino que indicara
un lugar más conveniente que el referido de “La Incurnia” acordaron los
regidores que sin dilación y a la mayor brevedad posible se ejecutaran las
obras tal y como se había indicado en la vista anterior.
Este pronunciamiento tendría que haber servido de punto y final,
pero no fue así; el administrador, descontento con la decisión adoptada, se
dedicó en los días siguientes a criticar públicamente en la plaza de la villa
la resolución. Si no fuera una persona de peso, hubiera acabado de otro modo, pero
siendo el administrador del duque, consintieron los regidores tener un nuevo
pleno que se celebraría el día 10.
En dicho pleno, se volvieron a exponer los mismos argumentos por
parte de unos y otros, por lo que los regidores tomaron la determinación de
llamar a Ignacio Sánchez, vecino de Guadamur y barquero de la barca de maroma
existente en la zona conocida como Portusa (Polán), perteneciente por aquel
entonces a la ciudad de Toledo, para que recorriera el territorio junto a
alguno de los regidores y diera su opinión profesional sobre el lugar más
seguro para situar la barca.
El 11 de junio, Ignacio Sánchez, el barquero de Portusa,
compareció en el ayuntamiento de la Puebla tras haber reconocido las riberas
del Tajo desde el frente de la ermita de la Vega, hasta la zona de “La Incurnia”,
llegando a la conclusión de que el lugar más acertado para fijar la barca, bajo
su opinión profesional, era encima de la presa de los molinos harineros, en la
misma margen y por encima de unas peñas que están entre la ribera y una
islilla.
En su exposición apuntó que en la zona indicada las aguas iban
bastante recogidas y mansas, al mismo tiempo que la profundidad del río era
menor y no existirían inconvenientes a la hora de colocar el torno y la
calamorra donde se fijaría la maroma. En cambio, el lugar conocido como la vega
del embarcadero no era adecuado al ir las aguas muy fuertes, lo que durante las
crecidas podría provocar alguna desgracia y comprometer la vida de la maroma.
Además las riberas eran muy bajas por lo que por seguridad, la maroma tendría
que situarse más lejos de la orilla con el fin de esquivar las crecidas. En
cuanto al tantas veces mencionado lugar de “La Incurnia” (La Alcurnia en la
actualidad) tuvo el visto bueno del barquero, aunque señalando que tendría el
inconveniente a la hora de situar la maroma, de ser la ribera muy baja y por lo
tanto ser inundable en invierno.
Con la declaración de Ignacio Sánchez termina el documento, sin
dejar claro cuál fue la situación definitiva de la dichosa barca. En cualquier
caso, su función debió ser efímera, puesto que tan sólo 33 años más tarde, en
el catastro de Ensenada, en el apartado relativo a embarcaciones, se indica “no
hay cosa alguna a lo que se refiere la pregunta”.
Documento original: FRIAS,C.818,D.8
(Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional)
No hay comentarios:
Publicar un comentario