Tan sólo un
año después del comienzo de la invasión peninsular por los ejércitos de
Napoleón y ante los continuos fracasos militares de las tropas españolas
comenzaron a proliferar los grupos de guerrilleros, ciudadanos de distintos
estratos sociales, sin ninguna preparación militar la mayoría de las veces, que
movidos por sentimientos patrióticos y/o la necesidad de mantener sus
pertenencias ante el pillaje del invasor, se organizaron en las llamadas
“partidas” para combatir junto al ejército regular unas veces o por su propia
cuenta otras, emboscando y hostigando a los franceses, contando como
principales virtudes con el conocimiento del terreno y la facilidad para
dispersarse y reagruparse.
Por lo
general, eran grupos disciplinados, que contaban con cierta regulación; en 1809
se había publicado un decreto regulador del Corso Terrestre y 3 años más tarde
el “Reglamento para las partidas de guerrilla”, que pretendía reorientar la
conducta y organizar el funcionamiento de las mismas.
Los
franceses y las autoridades españolas afines se afanaban en presentar a las
partidas como bandoleros hasta el punto de que el general francés Soult expidió
el siguiente decreto: "No hay ningún
ejército español fuera del de S.M. católica Don José Bonaparte. Así que todas
las partidas que existan en las provincias, cualquiera que sea su número y
cualesquiera que sean sus comandantes, serán tratadas como reuniones de
bandidos y los individuos de ellas cogidos con las armas en la mano, serán fusilados
y sus cadáveres expuestos en los caminos públicos”
Lamentablemente,
en todo conflicto se producen víctimas inocentes, como sucedió en el despoblado
o dehesa de San Andrés, que en 1810 se situaba dentro de la jurisdicción de
Chozas de Canales, en los límites con Casarrubios y Camarena (en la actualidad
pertenece a este último municipio) y de la que era propietario por aquel
entonces el Conde de Cedillo.
La noche del
15 de mayo de aquel 1810, la partida dirigida por un vecino de Casarrubios
apodado “Cacharro” llegó a la finca previsiblemente con el propósito de
conseguir avituallamiento, encontrando en la casa del guarda a su morador; Felipe Esteban que custodiaba dos
ollas de tajadas, un pellejo de vino y bastante pan y al preguntarle para quien eran las viandas y
resistiéndose a descubrirlo, uno de la cuadrilla le echó la mano al cuello y lo
sacó de la casa, disparándolo en el pecho y arrojando posteriormente su cuerpo
a un pozo.
Testigo de
ello fue Matías Valdés, vecino de la villa de Chozas de Canales y alcalde único
ordinario del despoblado, que habiendo sido alertado en numerosas ocasiones de
que el guarda de la dehesa patrocinaba ladrones o que lo era también, acudió
casualmente esa noche a la dehesa y se encontró con el suceso.
En el documento
original Valdés, no especifica si fue testigo oculto o permaneció junto al
guarda durante su asesinato, pero si deja claro su temor, cuando presenta
denuncia ante la justicia, de que no quería exponer su vida y que tan pronto
llegase la noticia de ella a oídos de la partida, le darían muerte, por lo que
solicitó que no se hiciese mención alguna a su persona de haber dado cuenta del
asesinato.
En su
declaración, Valdés dejó ver que por la conversación que mantuvieron el guarda
y “Cacharro” estos se conocían y la partida acudía con frecuencia a la dehesa
pero lamentablemente tanto el auténtico motivo del asesinato como las
intenciones de la partida nunca se conocerán.
Documento original: CONSEJOS,L.1401,Exp.49 (Archivo
Histórico Nacional)
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