Terminamos con
esta entrega, la narración de la aparición mariana:
“Hice mucha cura por ver la carta, que la
santa virgen había dado al pastor Pablo Tardío, quien me hacía saber e todos
los de este pueblo me lo atestiguan habían puesto en la custodia, y no la pude
hallar, ni quien me hiciese noticia de cómo faltaba. Loado sea Dios, que en
estos tiempos tan revueltos, más cura hacen los hombres de las armas, que de
las historias, y más en la guardia de sus haciendas, que de los papeles y
noticias. ¡Loada sea la Virgen María en Berciana aparecida, que envió tal
reliquia! Amén.
Ordenóse luego al punto una devota y
arreglada procesión de los sacerdotes, justicia y plebe compuesta y cantando la
letanía de Nuestra Señora, caminaron presurosos (aunque en orden puestos) del
pastor Pablo Tardío guiados, a la dichosa dehesa de Berciana. Llegaron al sitio
y tronco cortado de la encina, pusiéronse todos de rodillas, derramando tiernas
lágrimas, y afectuosas súplicas, y luego cavaron con mucha reverencia a la
misma raíz del cortado tronco de la encina y a poca diligencia hallaron una
arquita de madera, sacáronla de la tierra, diciendo en altas voces: ‘¡Aquí está
la imagen de Nuestra Señora, aquí está el tesoro que buscamos, y aquí está la efigie
de nuestra soberana reina!’.
Abrieron la feliz arquita lo dos sacerdotes
y vieron, ¡oh maravilla! registraron ¡oh prodigio! Dentro de ella a esta
nuestra poderosa y sacrosanta imagen de María Santísima, quien de su divino
rostro despedía tantas luces y resplandores, que a todos causó admiraciones. Y
exhalaba tan subidos olores y fragancias, que a todos inundaron de tantos
consuelos, que pasaron algunos de los circunstantes a quedarse absortos, pues
niel olfato podía sufrir tanta abundancia de suavidades, ni los ojos tolerar
tanta copia de luces como salían de la imagen de nuestra señora.
Estaba vestida la soberana imagen de Nuestra
Señora con una camisita de antiquísimo lienzo, su juboncito antiguo de damasco,
al parecer azul, del cual pendía una basquiña o saya de la misma tela, sin más
adorno que una franja negra, cairelada, en la parte inferior, cuyo vestido hoy
le tiene puesto; y me dicen todos haber intentado quitársele para ponerle otro,
y no haber podido. Es más largo que la sacrosanta imagen, e ignoro el misterio.
¡Alabada sea por siempre jamás! Amén.
Extendió el cura la mano a la sacrosanta
imagen de Nuestra Señora, sacóla del arca, y enseñóla a la gente, que ya por
verla se atropellaban unos a otros impacientes; pero, al verla en las manos del
cura, todos se pusieron de rodillas, venerando a María Santísima en su imagen
aparecida; lloraban de puro alegres y más con lágrimas, que con palabras, la
daban gracias infinitas. Volvieron luego la soberana imagen a su arquita, y
cogiéndola el cura entre los brazos, la trajeron en procesión a Méntrida.
Colocáronla, metida en el arca, en el altar grande de la iglesia, en donde hoy
se venera con mucha devoción, no sólo de todos los vecinos de este pueblo de
Méntrida, sino también de otros lugares circunstantes y distantes, que vienen
cada día a hacerla fiestas, a tributarla cultos y adoraciones, y a pedirla en
sus necesidades remedio, con quienes hace, y ha hecho muchos milagros. ¡Loada,
y alabada sea!. Amén.”
Actualmente
no hay constancia ni de la ubicación de la cueva ni del tocón, ni siquiera la
imagen que se venera en la ermita es la que se indica en la historia, que fue
destruida en el 36, pero aún se mantiene, como recuerdo del episodio, la cruz
que se levantó en el punto donde los demonios intentaron detener al pastor con
empujones y silbidos y que toma precisamente de este hecho su nombre: la cruz
de silba.